Sebastián Álvaro (Madrid, 1950) ha dedicado más de tres cuartas partes de su vida a escalar cientos de montañas de los seis continentes, algunas en los lugares más recónditos de la Tierra. Durante una época lo hizo para el galardonado programa de TVE ‘Al filo de lo imposible’, pero incluso ahora, sigue haciéndolo siempre con una cámara en la mano. Este diario habla con el alpinista antes de la presentación de su libro ‘Mis Montañas’ (Ed. Anaya Touring) en la Llibreria Altaïr.
Cuándo se ha vivido una vida tan al límite como la suya, ¿las cosas cotidianas se hacen aburridas?
¡Para nada! Hay que viajar, explorar y vivir aventuras, pero siempre debes saber al lugar que debes regresar. La cita de T. S. Eliot con la que empiezo el libro es básicamente esa idea. Siempre tienes que volver al lugar donde te quieren y te reencuentras con el niño que fuiste. Siempre y cuando tengas la fortuna de sobrevivir.
Le iba a preguntar precisamente por la otra cita en la que dice que “los lugares en los que no se ama ni se sufre no se recuerdan”. ¿En sus montañas ha amado más o sufrido más?
Digamos que he amado más, pero los sufrimientos han sido más intensos. He perdido compañeros y amores. Tú no eliges. La aventura una vez que se pone en marcha no sabes donde te va a llevar ni qué consecuencias va a tener.
Y a pesar de esas experiencias traumáticas, ¿qué es lo que le ha hecho siempre querer volver?
Las montañas sin nosotros son moles de roca. Lugares inertes sin vida, la vida se la ponemos nosotros. Si dejo de hacer aquello que amo porque por el camino me encuentro dificultades o sufrimientos para los que no estoy capacitado, en realidad lo que debería es plantearme si tengo que cambiar mi forma de vida. En 30 años de aventura, por ‘Al filo de lo imposible’ pasaron más de 1.500 personas, hicimos 250 expediciones y murieron dos personas. La proporción de riesgo si hubiera montado una empresa de mensajería en moto en Madrid probablemente hubiera sido más alta. Eso no quiere decir que haya olvidado nada de lo que nos sucedió, pero hay que aprender a vivir con las ausencias también. Es parte del aprendizaje.
En 30 años de aventura, por ‘Al filo de lo imposible’ pasaron más de 1500 personas, hicimos 250 expediciones y murieron dos personas. La proporción de riesgo si hubiera montado una empresa de mensajería en moto en Madrid probablemente hubiera sido más alta.
¿Las experiencias negativas son las que más marcan?
¡No! Yo mi corazón lo tengo repleto de alegrías y buenos momentos. Pero conviven con la tristeza que me acompañará toda la vida. De la misma forma que perdí a mis padres y jamás les olvidaré. Siempre hay un momento del día en el que recuerdas a esas personas que ya no están.
Ha subido las montañas más altas y difíciles del planeta, pero afirma en el libro que hay algunas montañas menores que le marcaron más. ¿A qué se refiere?
El sentimiento no tiene que ver con la altitud. Hicimos más de 60 expediciones a montañas de más de 8.000 metros, hicimos que más de 350 personas pisaran cumbres de esas montañas, cuando en el mundo solo había siete personas que tenían las 14 montañas de más de 8.000 metros, cuatro eran de ‘Al filo’. La primera mujer en tenerlos fue del programa y las primeras mujeres incorporadas a la televisión de aventura fueron de ‘Al filo’… Es que hicimos un montón de cosas. Las montañas altas marcaron mi trayectoria sin lugar a dudas, pero quizás me dejé más la piel en otras montañas, como la del desierto, en Egipto. Tuvimos que ir a los confines del mundo, tuvimos que cruzar una frontera minada, ir acompañados de un oficial del ejército egipcio… Tardamos dos años en conseguirlo. Las emociones más intensas no van directamente relacionadas con la altitud de la montaña. Aunque el K2, por ejemplo, formará siempre parte de mí. He estado un año viviendo dentro de esa montaña. Hablándole de tú a tú. El K2 me dio mucho, pero también me quitó mucho. Un compañero se quedó allí, a otro le amputaron siete dedos de las manos, a Juanito 10 dedos de los pies…
Las emociones más intensas no van directamente relacionadas con la altitud de la montaña. Aunque el K2, por ejemplo, formará siempre parte de mí. He estado un año viviendo dentro de esa montaña. Hablándole de tú a tú.
Algo parecido le ocurrió con el ‘Hidden Peak’, que fue su primer gran amor, pero también fue muy doloroso.
En condiciones normales yo no hubiera vuelto de esa expedición por el accidente que tuve, sin embargo, la montaña y mis compañeros me permitieron volver a casa y ver nacer a mi hijo. En definitiva, me hizo ser el hombre que soy ahora. Pero 15 años más tarde, me arrebató a un buen amigo. Un oficial del Ejército del grupo militar de alta montaña se quedó exactamente en el mismo sitio en el que yo debería haberme quedado. Yo creo muy poco ya en casi todo, pero el destino marca nuestras vidas y yo siento que cambié mi fortuna por el infortunio de ese hombre. Me ha pasado más veces a lo largo de mi vida. Vivir con las ausencias de los compañeros que has perdido te hace envejecer prematuramente.
¿Cree en la suerte?
Creo que en momentos determinados hay algo que no controlamos, que desde luego en la aventura es mucho, que no depende exclusivamente de nuestras decisiones. Eso no quiere decir que no crea que si se toman buenas decisiones en la montaña tienes más posibilidades de sobrevivir, pero un alud o una piedra te pueden caer de cualquier sitio sin que dependa de ti.
Su familia nunca llegó a entender la decisión de vida que tomó ¿cree que les fue difícil?
Mi madre fue la que peor lo llevó. Mi mujer y mi hijo no tanto. Con cuatro o cinco añitos se levantaba para ir al cole y tenía que pasar por encima de seis tíos durmiendo en sacos en el comedor porque estábamos preparando una expedición… Ellos lo vivieron con naturalidad, pero mi madre se pasaba las expediciones rezando por mí. A mi ángel de la guarda le di muchísimo trabajo, pero funcionó. Mis padres jamás me pusieron una cortapisa, pero sé que les hice sufrir.
¿Siempre fue un incomprendido?
Por allá en 1995, cuando ya llevábamos 11 años de programa aproximadamente, se nos empezó a reconocer abrumadoramente. Hasta entonces éramos los locos de la tele que acometían locuras que a nadie en su sano juicio se les hubieran ocurrido y de golpe nos dieron dos Ondas, diez premios de la academia de TV, tres medallas al mérito militar, la Cruz de Plata de la Guardia Civil, el Premio Nacional del Deporte y yo pensaba: “¿En qué me estoy equivocando?”
¿Por qué?
¡Porque éramos los mismos! No habíamos cambiado nosotros, sino la sociedad que nos miraba. La mentalidad de la gente. ‘Al filo de lo imposible’ y ‘El hombre en la Tierra’ ayudaron más al cambio social para comprender más la naturaleza y ser una sociedad más civilizada que todos los telediarios que los políticos querían manipular. ‘Al filo’ lo veían 14 millones de personas, eso explica en buena medida que cambiáramos la mentalidad de la sociedad. Ahora el telediario más visto igual llega a millón y medio de personas. La capacidad que tenemos ahora que se han diversificado tanto los canales y que muchos chavales no ven más que TikTok, reduce nuestras posibilidades de seguir cambiando el mundo. Nos estamos jugando la superviviencia de nuestra especie.
Una naturaleza que sigue en peligro. Habla en su libro de la belleza del Everest y el contraste de verlo convertido en un negocio y lleno de basura.
Es una corruptela. Nepal también tiene una ley de parques nacionales que protege el parque nacional de Sagarmatha, pero el Gobierno nepalí lo permite. La policía y los militares del valle del Khumbu lo permiten y un montón de empresas han secuestrado el Everest en beneficio propio. El paquete Vip de subida al Everest el año pasado estaba en 210.000 dólares por cabeza, lo cual quiere decir que cuatro o cinco agencias nepalís, y la gente de por medio que ha de autorizar los permisos, no dicen nada y se reparten 30 o 40 millones de euros en pocos meses de trabajo.
¿Esto que ocurre en el Everest es una realidad en montañas más cercanas?
Ocurre a otro nivel. En Europa también. No hay más que ver el atentado que quieren hacer en el Pirineo con los valles para extender las estaciones de esquí cuando ya no va a nevar en España. Simplemente quieren repartirse entre unas cuantas compañías un montón de millones de euros que vienen de la UE. Pero eso no tiene comparación con lo que ocurre en Pakistán, India, China, Nepal o Bangladesh.