Este Sporting siempre compite. Y frente al Deportivo, en la Coruña, salió a por la victoria desde el principio. La pregunta, en consecuencia, era: ¿cómo se va a comportar el equipo cuando meta un gol? Al contrario de lo que pensaba Jorge de Burgos, aquel fraile anciano de la magnífica novela y estupenda película “El nombre de la rosa”, que envenenaba a sus compañeros para que no leyeran el segundo libro de Poética de Aristóteles (si es que hubiera sido escrito) con el argumento de que animaba a la alegría, a la diversión y a la risa, emociones humanas que acaban con el miedo y el temor de Dios y, por tanto, se pierde la creencia ciega, la fe; la que mantiene este Sporting sin miedo alguno con su juego atrevido y arriesgado. Ya en la primera parte se mostró muy serio y superior, a pesar de los incontables errores en pases y controles de balón. El gol que debió ser el de la victoria llegó en la segunda mitad. Una definición de Nacho Méndez de jugador grande. Y entonces retomamos la cuestión inicial. ¿Qué hizo el Sporting, dio un paso atrás para asegurar el resultado o mantuvo su atrevimiento sustentado en una fe sin temores? El equipo continuó firme, sin renunciar al fútbol que hasta entonces había propuesto en Riazor.
El viento ululaba que decían Tip y Coll (alusión para veteranos) y los deportivistas comenzaban a sufrir la alarma del equipo rojiblanco en el terreno de juego y de la Mareona en la grada (a la que se ha vuelto a criticar por animar por los campos de España, un reproche tremendamente absurdo e irracional). La alarma amarilla meteorológica se dejaba sentir con vientos azotando La Coruña. Y apareció la lluvia. Debieron ser las fuertes ráfagas las que llevaron hasta los oídos del colegiado los cantos de las centollas coruñesas. Pero Manuel Ángel Pérez Hernández no se los taponó con cera, como hizo Odiseo, ni se amarró a un poste, para evitar las tentaciones de las sirenas.
Con los insistentes cantos de las centollas, el colegiado de trote apretaduco (recogido en sí, nada desgarbado) se unió con su silbato al concierto del marisqueo con la arbitraria intención de que el único agua que estaba dispuesto a darles a los sportinguistas era el de la lluvia. Muy pocas sanciones decretó a su favor, en la segunda parte. Una actitud descarada y sibilina que va inclinando los campos de fútbol hacia una portería. Guille Rosas lo resumió en una frase: “Casi ni nos pitó una falta”.
Cierto que el colegiado no incidió en el gol del empate, consecuencia del lío que se montaron los Nachos (Méndez y Martín). Pero debía estar obnubilado por las centollas cuando dejó sin castigar, incluso sin darle la oportunidad al VAR de revisarlo, el claro emparedamiento que sufrió Dubasin por parte de tres jugadores coruñeses, incluido el portero, en el vértice del área. Emparedado en las dos acepciones del término: encerrado y convertido en un bollu preñau.
Este Sporting siempre compite, ni se arruga ni desaparece del terreno de juego, pase lo que le pase, y demuestra que los equipos necesitan algo más que excelsas plantillas. Un extra de motivación casera y un poco de ilusión, ingredientes que no se compran, brotan de los propios colores. Aunque a veces no se puedan superar los cantos de las centollas.
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