El Girona se audestruyó. Él solo. No necesitó ni rival. Jugó durante más de una hora contra un Mallorca, que tenía 10 jugadores por la justa expulsión de Muriqi. Y lo que debía ser un factor favorable para el equipo de Míchel se transformó luego en una perdición, incapaz de encontrarle el hilo a un partido que se le escurrió de sus manos.
Todo por errores propios, simbolizados en el 2-1 de Larin, que, en realidad, le pertenece a Juanpe, cuya torpeza defensiva desató la locura en Son Moix y llevó el caos a Gazzaniga, provocando tal enfado en el técnico de Vallecas lo sacó casi de forma inmediata del campo.
Seis partidos consecutivos encadena ya el Girona, que regaló los dos goles del Mallorca. El primero vino de un saque de esquina a favor, permitiendo un cómodo contragolpe de Muriqi y Larín. El segundo, ya con uno menos el equipo de Arraste, por una calamidad que llevó la firma de Juanpe.
Con uno más, el Girona se enredó en un juegro gris y plano, transparente y frágil porque permitió que el Mallorca, amparado en la tenacidad de Larin, suyos fueron los dos goles, halló un tesoro extraordinario, que, al mismo tiempo, delataba la miseria del visitante. Más de una hora en superioridad númerica y ni un solo disparo a puerta del conjunto de Míchel. En realidad, el único fue el gol de Van de Beek, por lo que se necesitan más pruebas del desastre en que se sumergió en su viaje a la isla.
Amontonó delanteros el entrenador de Vallecas, pero de nada le valieron. Llevó toda su munición al césped de Son Moix para levantar un partido que comenzó ganando y terminó perdiendo. Aunque no existe mayor derrota para el técnico que ver a su equipo perdiendo todas las señas de identidad. Estaba irreconocible. Caótico y ahogado en su propia ineficacia, con Gazzaniga acabando como un delantero en el área de su colega Greiz. Ni con el portero jugando de delantero marcaba el Girona,
Y eso que no ocurrió nada en los primeros inco minutos. Y no había pasado nada, menos para lo que vino después con una sucesión de acontecimientos sin fin de todo tipo. Nada es nada, si acaso el tradicional pase de Gazzaniga que coloca al aficionado del Girona al borde de un desfibrilador. Apenas 17 segundos de partido y el meta argentino le entregó un balón a David López transitando peligrosamente por el área pequeña del Girona. Eso fue un aviso, tal vez, del caos que vendría luego.
El estéril zurdazo de Van de Beek
Nada sucedía en Son Moix hasta que Miguel, convertido ya, casi de forma definitiva, en interior zurdo elevaba el rostro para centrar al corazón del área buscando a Arnau, que reclamó sin éxito el penalti. Daba igual.
La pelota quedó suelta, volando en tierra de nadie, hasta que Van de Beek enganchó un monumental zurdazo para acabar con tres encuentros consecutivos de profunda enemistad con el gol. El disparo fue hermoso; el tanto, también.
A eso sí que se llama un ejercicio espectacular eficacia. Primer remate a puerta, primer gol. El sueño para cualquier equipo. Y para el Girona, que llevaba cinco encuentros sin ganar, casi una utopía. Para Míchel, incluso más porque no entendía esa inesperada sequía de sus jugadores.
Sequía que nació en el milagroso gol de Krejci al Villarreal (2-2) y terminó en Mallorca con el imponente zurdazo de Van de Beek, que ocupó, con tino y precisión, el lugar del ‘invisible’ Danjuma. Fue, en realidad, un espejismo porque lo peor estaba por llegar. Fue una imperdonable derrota para el Girona.
A Danjuma le tocaba ejercer de ‘nueve’, pero desaparecía para la llegada de los jugadores que pisaban el área mallorquinista, ejerciendo Arnau, supuesto lateral diestro, y Miguel, antes lateral zurdo; ahora volante, como escoltas de Oriol Romeu. Así Míchel generaba el territorio para la libertad de Van de Beek, un futbolista que va adquiriendo más peso en el Girona, y Asprilla. La movilidad y versatilidad por bandera, sin saber gestionar esa cómoda ventaja adquirida al inicio. Una ventaja que ensució con 70 tristes minutos.
El contragolpe mallorquinista soñado
Un contragolpe del equipo de Arrasate le permitió cabalgar de la casa de Greif al hogar de Gazzaniga sin que nadie del Girona entendiera la fórmula para detenerlo. Entre Larin y Muriqi tejieron una jugada que arrancó en una pérdida de Asprilla, pero a más de 70 metros de su portería.
Ni así tuvo tiempo el Girona para detener a la pareja de delanteros del Mallorca. Alcanzada la media hora de partido, todo estaba igual que al inicio. Del 0-0 al 1-1. Y otro ejercicio de contundencia: un tiro a puerta, un gol insular.
Ese escenario de máxima igualdad se quebró por una imprudencia de Muriqi que cometió una torpeza al colocar sus tacos peligrosamente cerca de la rodilla derecha de Bryan Gil. El árbitro no pitó ni falta.
Pero el VAR, atento, le hizo acudir a la pantalla para observar que esa antideportiva acción merecía, sí o sí, la tarjeta roja directa. Y elMallorca, ya sin Muriqi, se quedaba con 10 jugadores, perdiendo, además, a su mejor delantero.
Pero el Girona, con uno más, no tenía el partido controlado. Ni mucho menos. Poco después una pérdida de Arnau precipitó una clarísima ocasión de Larin, cuyo cabezazo saltó por encima del larguero. Míchel estaba cada vez más enfadado. Y con razón. Su equipo jugaba peor, mucho peor con once.
Y tras el gol de Van de Beek no volvió a tirar a puerta, mientras Bryan Gil era silbado y abroncado por Son Moix cada vez que tocaba la pelota como si él fuera el culpable y no la verdadera y única víctima de la expulsión de Muriqi.
Rezaba por el descanso Míchel. Y el Girona. No tenía el balón. Ni el control. Se quedó desfigurado, tal si hubieran viajado en su memoria colectiva a Logroño, donde fuerono incapaces de marcar un gol a un equipo de Segunda RFEG con 10 jugadores y un defensa (Pol Arnau) vestido de forma provisional de portero.
Y en Mallorca, más de lo mismo. El Girona se mira a sí mismo y no se reconoce. Tuvo más de una hora de partido para intentar batir al Mallorca y ni tan siquiera disparó a la portería de Greif.