Han pasado más de 53 años desde aquella primera vez que, sentado en el vestuario del polideportivo de Mieres, hablé con él. Mi primera pregunta, inocente, infantil, propia de un niño fue: “¿Cuánto dura este cursillo?” La respuesta fue contundente: “Yo llevo toda una vida y no terminé de aprender”. Eso marcó mi trayectoria en el judo y mi relación con aquel joven al que yo veía como un hombre diferente a los demás. Su personalidad me cautivó desde el primer día. Esa mezcla de respeto, admiración y miedo hicieron que me enganchara a este deporte sin reservas.
Sus clases eran divertidas, motivadoras, adaptadas a nuestra edad. Utilizaba, seguramente sin saberlo, métodos, estilos y técnicas de enseñanza propias de alguien que tenía un don para enseñar. Era el don del artista que con los años fui descubriendo. Y así hasta llegar a esa categoría de Maestro que se le reconoce a las personas que además de sumar danes transmiten algo más que unos conocimientos.
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Su judo seguía la línea del más puro estilo Kodokan. Agarres clásicos, ataques francos, defensas eficaces, combinaciones explosivas, encadenamientos originales. Todo un mundo nuevo para mí al más puro estilo japonés. Buscando siempre el movimiento perfecto, sin especulaciones.
Recién obtenido el cinturón negro 1.º dan con 16 años, me dio otra gran lección “para que no se me subiera a la cabeza” dejándome claro que este momento era el comienzo para empezar a entender algo del judo. Nunca fue persona de exteriorizar los éxitos ni los fracasos públicamente. Su humildad y modestia me la trasmitió dejando para la intimidad tanto las manifestaciones de alegría como los momentos de tristeza. Conforme fueron pasando los años llegó el momento de acompañarle por la geografía española siendo su uke. Me sentía orgulloso de poder estar en esos eventos donde el Maestro demostraba su alto nivel de conocimientos y calidad en la ejecución dejando a todos los asistentes entusiasmados. Participar como colaborador en sus libros a lo largo de tantas horas de trabajo era otro momento para seguir aprendiendo que no quería perderme bajo ningún concepto. Siendo este otro motivo de orgullo y satisfacción por ser alumno de uno de los mejores técnicos y autores en español.
Una trayectoria así marca a quien está durante tantos años a su lado en los conceptos de deporte, de educación, de valores… En definitiva, en ser persona. Puedo decir que me siento orgulloso de haber tenido a Taira como ese padre putativo que te conduce y ayuda a conocer esa cultura tan diferente y de la que tanto podemos aprender. Convirtiendo el judo no en un medio de vida sino en nuestra manera de vivir. Así he tratado siempre de actuar y difundir los conocimientos que él me enseñó.
Ha conseguido ser profeta en su tierra, porque Oviedo es su tierra desde hace tiempo, porque ha sabido integrar e integrarse dejando una semilla que ha dado su fruto con tantos y tantos judokas. Por eso me sumo a ese merecido reconocimiento de la ciudad de Oviedo declarándole su hijo adoptivo.
Sensei ni rei. n
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