“De vez en cuando la vida”, como canta Serrat, “nos besa en la boca, y a colores se despliega como un atlas, nos pasea por las calles en volandas…”. Pero aún en esos momentos de plena dicha, pervive en el ser humano una sensación de fugacidad, de que esa felicidad será pasajera y más pronto que tarde retornarán los nubarrones. Unamuno, en su ensayo “Del sentimiento trágico de la vida”, sostiene de una forma más trascendente que la tragedia del ser humano es el anhelo de la inmortalidad ante la irrefutable muerte.
De vez en cuando en la vida vemos al Sporting segundo con todas las aspiraciones abiertas y nos invade el sentimiento trágico del fútbol. Ese que alerta de que algo puede o va a fallar, de la provisionalidad de estas jornadas de disfrute, de la fragilidad de la posición en la clasificación, del temor a que las carencias vuelvan a aflorar sobre las virtudes. Y necesitamos esquivar esos momentos de debilidad y permanecer en la seguridad del triunfo, como solo pueden hacerlo los grandes equipos, digamos Madrid o Barça.
Vaya por delante que el Sporting no mereció perder contra el Granada, uno de esos equipos descendidos que te muestran descarnadamente dónde se coloca el exigente listón del ascenso. Tampoco considero que la derrota se debió a las ‘blandas’ manos de Yáñez, porque ese balón nunca debió llegar a ellas, si no fuese por los groseros y graves desajustes de la defensa. Demasiado ostentosos y reiterados en la segunda parte. El equipo compitió de nuevo, esta vez arriesgó lo justo, solo al final para ir a por el encuentro e intentó deslizarse menos por el filo de su aventurado estilo de juego.
La semana previa al partido estuvo marcada por presagios que como señales encriptadas deslizó el presidente ejecutivo del club, David Guerra. “Vamos a ver cómo acabamos el año y dónde podemos estar al final”, “el grado de exigencia de lo que nos viene será muy importante para intentar acabar lo mejor posible esta primera vuelta y afrontar la segunda intentando conseguir algo relevante”, “vamos a intentar mejorar” en el mercado de invierno.
Demasiada inseguridad y provisionalidad para un gran líder. Cierto es que el Sporting intenta sobreponerse a una plantilla corta, a la imposibilidad de doblar posiciones con jugadores de garantía, a la endémica falta de gol. Si es perniciosa la euforia cuando conoces tus debilidades y limitaciones, lo es también la escasa fe cuando se intenta alcanzar una meta. El equipo se ha situado en lo alto de la clasificación con todas las aspiraciones abiertas por sus méritos, sobreponiéndose a sus carencias. Y lo volverá a hacer, sin duda, frente al Depor. Si Orlegi apuesta por el Sporting y cree que existen posibilidades de ascenso, debe reforzar el equipo. Y prefiero no entrar ahora en comparaciones, sin duda odiosas cuando no te benefician.
El resultado justo ante el Granada hubiese sido el empate. Y a punto estuvo el equipo de remontar por dos veces un resultado adverso. En el descuento, centro de Cote y gol de Olaetxea. El tiempo de deliberación del VAR se convierte en el minuto de la relatividad de Einstein. Decían Les Luthiers que “el tiempo que dura un minuto depende del lado de la puerta del lavabo en que te encuentres”. Una eternidad. El gol se anuló, estábamos en el lado no deseado. Eso sí que es un sentimiento trágico.
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